domingo, 29 de noviembre de 2009

Noches de Jazz...



El ambiente era frío, rocoso, cargado de carcajadas y palabras mayores, de gritos y abucheos de un montón de sonámbulos aturdidos por el ajetreo de aquel rincón. Entré tanteando, videando el escenario de esa noche fantasmal entre todos esos locos. los camareros andaban ajetreados, moviéndose de un lado para otro como conejos asustados, con expresión grave, ajenos al humor reinante, como tristes bufones de ese pequeño circo cavernoso. Me senté tímido en un lugar vacío ajeno aún a todo ese calor, asustado por los vivas y los borrachos entumecidos de ron. Era más bien una cueva, laberíntica y desordenada, con rincones oscuros y bancos lejanos, con extraños objetos colgando de esos muros centenarios.
Todo calmó, los abucheos, los empujones y los gritos maltrechos, en cuando un sonido brillante se despegó de la oscuridad más profunda de una galería de arcos, un sonido tentativo, metálico, el augurio de algo extraño. Luego le siguió otro, algo más titubeante. Y luego unos pasos tímidos, el sonido de un tambor y el resonar de una madera vieja. El silencio reinó, poco a poco, como si la expectación ganara a la embriaguez. Poco a poco los sonidos se unieron y los presentes callaron. Simplemente, sin pretensiones, saliendo de esa tan profunda oscuridad, el solo de un saxofón, revelador, como angelical casi, retumbaba entre esas paredes cavernosas. Le siguió un bajo, una batería y un tajante piano de cola, que ahora salían airosos de la sombra. El humo llenó los arcos y cavernas, el sonido claro del saxofón brillaba entre las luces parpadeantes acompañado por ese grupo de anónimos. Poco a poco, esa nube llenó la sala y el jazz se impregnó en cada uno de nosotros, antes anónimos, ahora hermanos. Con total rictus cargué mi pipa oscura con ese tabaco manoseado, impregnando mis dedos de sutil fragancia, y deslumbrando a mi vecino atónito, la encendí, cerrando mis ojos para poder apreciar ese aroma tan familiar. El humo llenó mi alma, fundiéndose en ese ambiente cálido. Paulatinamente, esos sonidos antes brillantes y claros, se fundían juntos y lejanos, volando entre esas figuras ahora casi de mármol, inmóviles y atónitas. Entre el humo se distinguía aún la silueta de aquél viejo saxofón y su maestro, que al ritmo de sus tonos invocaba ideas perversas y sueños cumplidos, cegándome como un faquir, convirtiéndome en serpiente desvelada, saliendo furiosa de esa alcoba de paja. Allí todo era perfecto, no existían errores, no existían ni pasados ni cometidos, sumido en mi totalidad en el humo de mi pipa y en los silbantes sonidos del jazz...

No hay comentarios:

Publicar un comentario